Abandonados los repasos de 2018, el año que nos deja es el de un triste aniversario. Solo en 2018, centrado en el derecho a la vida, fallecieron en total en nuestra Frontera Sur 843 personas, 648 de ellas desaparecidas.
Y estamos hablando de una cuestión de justicia. Son esas mismas políticas migratorias heredadas del régimen colonial las que provocan la muerte de miles de personas cada año y, sin embargo, son también las políticas públicas —o más bien la ausencia de las mismas— las que olvidan a esas personas, enterrándolas en los nichos más altos de los cementerios españoles, sin nombre. Como sin nombre se compraba y vendía a las personas esclavizadas.
Por ello es necesario hablar de políticas públicas de memoria de la mano de una justicia restaurativa, porque no se entiende una sin la otra. Debemos poner en el centro a las víctimas para trabajar con ellas los procesos de verdad, justicia y reparación.
En España nos encontramos ante un año electoral con, al menos, tres citas en las urnas. Deberíamos aprovechar ese ciclo para conseguir que los distintos partidos contemplen, no solo a las personas migradas como ciudadanas de pleno derecho, sino a las personas fallecidas o desaparecidas como víctimas del Estado, entendiendo que ningún Estado que se considere democrático
puede obviar esta realidad y no responsabilizarse por ello. Hemos de aprovechar para hablar de memoria democrática y de justicia restaurativa también en referencia a las víctimas de los procesos migratorios.
La importancia de recuperar la memoria democrática en nuestras sociedades —incluyendo en ese concepto también la memoria de aquellas personas que fallecieron o desaparecieron en su tránsito de llegada a España como parte de una política migratoria que, lejos de garantizar las vías legales y seguras, obstaculiza sin miramientos esos proyectos— es vital para seguir construyendo una sociedad sana e inclusiva. Una sociedad consciente de su pasado esclavista, consciente de la explotación sobre la que se sustenta su riqueza, de la esquilmación de recursos y de los
desplazamientos forzados que todo eso genera. Una sociedad que sepa entender que la movilidad humana es una realidad intrínseca a la humanidad. Si seguimos obviándolo, los muertos seguirán poniéndolos las mismas. (Ruano Blanco, I. 2019: Un año para nombrar a las víctimas en las fronteras).
José Antonio Benítez Pineda, CMF