Por la sombra a la luz

Aunque es verdad que somos “imagen de Dios y caminamos hacia su semejanza” como dice algún teólogo, paradójicamente, encontramos en nosotros zonas oscuras que nos ponen difícil reconocer ese lado nuestro “luminoso” y mostrarlo a otros. Porque todos abrigamos en nuestros más secretos sótanos fantasías salvajes, rastreras, megalómanas y egotistas y, además, luchamos para que nadie las conozca. Si alguna vez llegaran a hacerse públicas, revelarían cosas vergonzantes: envidias, odios, complejos, mezquindades, bajezas, nuestras obsesiones emocionales y sexuales. De saberse, cosas así nos hundirían en la más profunda de las humillaciones.

En este punto es sabio un dicho que no deberíamos desechar: ¡Tú estás tan enfermo como tu secreto más morboso! Se trata de un axioma muy inteligente, que hemos de entender en positivo. Lo que está enfermo en nosotros permanecerá enfermo a no ser que… ¡lo saquemos a la luz! Mientras quede en secreto, nos seguirá enfermando. Quizás el problema no es lo que mantenemos en secreto, sino el hecho mismo de mantenerlo escondido o acaso negado. Eso solo consigue que fermente y emita sus gases venenosos a través de respiraderos que contaminan el aire que respiramos.

De todas estas agitaciones internas también podemos dar gracias a Dios. La imagen y semejanza de Dios en nosotros no es simplemente un bello icono grabado en nuestras almas. Es fuego, divino, insaciable, desconcertante luz que sabe sacar provecho de nuestros espacios sombríos.

De eso se trata: ¡De nuestra sombra! Nuestra sombra es ese lugar interior oscuro y espantoso al que nos da miedo ir, un desierto al que de ninguna manera nos arriesgamos a entrar, demonios interiores que queremos evitar a sabiendas.

Aunque temamos a nuestras propias sombras, ellas de ninguna manera son absolutamente oscuras. Al contrario. Observemos que toda sombra se produce porque hay luz. La oscuridad no fabrica sombras. Por eso, como dijo con razón Nelson Mandela en un discurso inaugural: “Es nuestra luz, no nuestra sombra, lo que nos espanta”. Para una persona sana, sus oscuridades le desvelan otras realidades que proyectan luz y energía: sus infinitos anhelos y la vida divina que habita a todo ser humano. Cuando aproximamos nuestras sombras a esa luz, vemos que no somos tan ruines ni estamos tan enfermos. La enfermedad estriba sólo en no traerlas a la luz, no sacarlos afuera, no verbalizarlos… Porque el duro hielo solo se derrite cuando se expone a los cálidos rayos del sol.

 

Juan Carlos cmf  

(FOTO: Dewang Gupta)

 

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