(En el silencio hiriente de la pandemia. II)
Pasan los días,
pasan las olas,
y estremece el silencio
que late en nuestras calles apagadas,
sin pulso ni senderos.
Cambió nuestra mirada
y el azul es un cielo trasnochado
que busca situarse al margen
de los recuerdos vanos.
Olvidaron el llanto nuestros ojos
y otra lágrima asoma,
peregrina en los márgenes de un sueño
que busca otras raíces y otro rostro
donde anidar su pulso.
¿Y todo se derrumba?
Nuestros ojos contemplan
un horizonte en llamas que agoniza.
Pero no me digas que el eco
de sus últimas voces no reclama
diseñar otros mapas y otros rumbos
donde poner el corazón de pronto
y olvidar de una vez las convicciones
que nos hicieron dueños
de una existencia enajenada.
La palabra perdió su certidumbre.
Los senderos, el tacto de sus lágrimas.
Pero suena detrás un viento arrebatado
que desordena la escritura
y prolonga los puntos sucesivos.
Y ¿tú te quedas con las manos pálidas
esperando la lumbre de otras ascuas
para iniciar de nuevo esta tarea?
Ya no sirven los moldes
del alfarero intacto
ni las vasijas
de los vinos añejos que desbocan
los jinetes azules de los sueños heridos.
¡No mires hacia atrás!
Otro mundo esperan nuestras manos.
Blas Márquez Bernal, cmf