Octava «gota»: La madre

La imagen de hoy es la madre. Se trata de una imagen a la que Claret recurre con frecuencia en sus escritos. El mensaje es el mismo de la imagen del lazarillo: advertir y preservar del mal. Dice así en el n. 211 de la Autobiografía:

“Os digo con franqueza que yo, al ver a los pecadores, no tengo reposo, no puedo aquietarme, no tengo consuelo, mi corazón se me va tras ellos, y para que vosotros entendáis algún tanto lo que me pasa, me valdré de esta semejanza. Si una madre muy tierna y cariñosa viera a un hijo suyo que se cae de una ventana muy alta o se cae en una hoguera, ¿no correría, no gritaría: hijo mío, hijo mío, mira que te caes? ¿No le cogería y le tiraría por detrás si le pudiera alcanzar? ¡Ay, hermanos míos! Debéis saber que más poderosa y valiente es la gracia que la naturaleza. Pues si una madre, por el amor natural que tiene a su hijo, corre, grita, y coge a su hijo y le tira y le aparta del precipicio: he aquí, pues, (lo) que hace en mí la gracia”.

Claret está plenamente configurado con el Cristo del Evangelio que, al ver como los fariseos critican que come con publicanos y pecadores, responde: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino a pecadores” (Mc 2,17). Ni Cristo ni Claret se hacen uno de ellos, sino que entran en su mundo para rescatarlos de una situación de esclavitud y alienación.

Pero volvamos a la imagen de “la madre” que me trae un bello recuerdo. Aquella escena de la película “La Pasión” de Mel Gibson en la que María, su Madre, lo busca entre la muchedumbre cuando carga con la cruz en dirección al Calvario. María lo ve en una de las caídas y, movida por el instinto maternal, corre azarosa a levantarlo. En este caso María busca al “sin-pecado”; pero, como dicen San Pablo, “a Él, que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros” (2 Co 5,21). María, la Madre, ama todo lo que Él es; y Él es todo el pecado de la humanidad. Una humanidad que es redimida de su pecado por la presteza de Jesús, el Hijo, y María, la Madre.

Que el ejemplo de María nos mueva también a tener “corazón de madre”. Un corazón que no es indolente ante el mal de nuestro mundo.

Juan Antonio Lamarca, cmf.

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