Los exámenes

Es frecuente que en conversaciones con educadores salga a relucir la sobreprotección que muchos padres proporcionan a sus hijos. Es comprensible que la preocupación que sienten por ellos, les lleve a desearles lo mejor y facilitarles, en la medida de sus posibilidades, unas condiciones que les ayuden a mitigar inconvenientes y superar dificultades. ¿Hasta dónde es razonable la preocupación de los padres por sus hijos? ¿Es legítimo privar a los niños o jóvenes de la capacidad de afrontar por sí mismos los desafíos que la realidad les plantea?

Esta cuestión está planteada en Los exámenes, película en la que el realizador rumano Cristian Mungiu retrata los esfuerzos de un médico, padre de una joven estudiante que afronta sus exámenes finales, cuya superación le permitirá acceder a una beca para estudiar en el extranjero. La chica, que tiene un buen expediente académico, sufre una agresión cuando se dirige al instituto para hacer su primer examen. A partir de ahí el protagonista pone en juego su influencia para sortear los contratiempos que su hija puede encontrar, y facilitarle el logro de sus objetivos (que parecen más deseados por él que por la propia joven). La película retrata las corruptelas que se adueñan de la vida social de la Rumania poscomunista en diversos ámbitos (personal, educativo, sanitario, policial). Vemos al preocupado padre deambular por dependencias oficiales suplicando recomendaciones y ofreciendo favores para facilitar el éxito de su hija. Al mismo tiempo, se nos presenta como un hombre que adolece de cierta falta de integridad y fidelidad y que, a medida que avanza la historia, se revela amoral y, en el fondo, esclavo de sus preocupaciones paternales. Las dificultades conyugales que vive con su esposa completan el retrato de un hombre necesitado.

Los escenarios en que transcurre la historia revelan la frialdad de una sociedad carente de verdadero calor, trasunto del ánimo del protagonista. El realizador ya nos había ofrecido en 2007 un retrato igualmente oscuro y pesimista de su país en Cuatro meses, tres semanas y dos días, relato de la odisea de una joven que desea interrumpir un embarazo no deseado.

Como era previsible, la falta de ética del protagonista termina por contagiar a su hija que aprende a desvirtuar los medios lícitos para lograr sus fines, cayendo también en un comportamiento censurable. El ejemplo de los adultos se revela como un arma poderosa para modificar conductas y alterar criterios de aquellos a quienes se dice querer y se pretende educar.

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