Llegó Jesús a Sicar, ciudad de Samaria.
Y se sentó junto al pozo,
Cansado de recorrer tantos caminos polvorientos.
Era como la hora sexta y el sol de mediodía
Acentuaba su sed y sus anhelos.
Y una mujer, sin nombre para poder reconocerla,
Llegó a sacar agua de aquel pozo
Arrastrando su soledad y cubierto su rostro
Con tantas caricias estériles en noches enloquecidas.
Se cruzaron sus miradas y en el silencio de aquella hora
Se escuchó el rumor de un Agua Viva
Que manaba de un pozo más hondo e insondable.
El rostro de aquel hombre, su mirada
Y su palabra eran interrogaciones
Imposibles de descifrar
En el quebranto de su vida.
Estaban solos los dos
Y el Pozo seguía manando
Hasta inundar los riberas
De su corazón sediento.
Se apagaron las horas
Y en el balcón de su morada
El sol se deslumbró enloquecido.
Jesús calmó su sed en el beso enamorado
De aquella mujer renacida.
Y despojada del manto de su vieja servidumbre,
Se abrazó al Nazareno.
Y en la colina de sus pechos
Tembló la tarde.
Blas Márquez, cmf