La exigencia es atractiva

Muchos solemos mirar con recelo aquello que se nos ofrece como sorprendentemente fácil. No nos dejamos engañar por esos prodigiosos métodos para aprender inglés en 15 días sin salir de casa; o por aquellos milagrosos sistemas de ganar dinero sin riesgos ni apenas trabajo; o por adelgazar sin esfuerzo; o por esos masters misteriosos que casi pueden hacerse por correspondencia… Desconfiamos de tales promesas, porque casi nada se puede conseguir en 15 días, ni sin riesgos, ni por correspondencia, ni sin esfuerzo. Sabemos que lo que vale, cuesta. Cualquier objetivo medianamente serio en la vida lleva aparejado esfuerzo y renuncia.

Por eso, la gente sensata acepta de buen grado lo exigente: Para prepararse bien profesionalmente hace falta cursar unos estudios muchas veces largos y fatigosos; o que para acceder al cuerpo de policía es preciso cuidar el físico y vestir con arreglo a unos criterios, a veces muy estrictos; o que hay que renunciar a muchas comodidades para vivir la fe con coherencia,… La gente sensata entiende estas cosas, y no considera que por ello pierda la libertad. Pese a la natural inclinación a la comodidad, lo verdaderamente valioso siempre ha tenido un atractivo superior. Por ello no se dejan seducir por esas fáciles promesas electoralistas o por esos paraísos fáciles al alcance de la mano.

En cambio, para muchos no está de moda lo exigente. Existen sutiles y oscuros intereses que los manipulan intencionadamente vendiéndoles humo de facilonería, a veces disfrazada de fe actualizada, en el caso del compromiso cristiano. Son subproductos espiritualistas que combinan en distintas dosis principios como el no renunciar a nada, vivir sin complicarse la vida, procurar rehuir siempre lo que resulte costoso, y otros semejantes que suelen acogerse a la simpleza de medir la felicidad en términos de placer sensible.

Esto plantea una cuestión ineludible ante la vida. Hay quien dijo que la pereza seduce; el trabajo satisface. Y puede decirse lo mismo de casi todos los vicios: ejercen un fuerte poder de seducción, pero acaban decepcionando.

No se trata de fastidiarse. Sino de entender que el olvido de sí es necesario para nuestro correcto crecimiento. Pretender rechazarlo sería como querer utilizar un automóvil años y años sin seguir las indicaciones de mantenimiento, con la excusa de que no las entendemos: acabaría por griparse por falta de aceite, o nos estrellaríamos por haberse quedado sin líquido de frenos.

Juan Carlos Martos, cmf

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