La casa Gucci

Una de las series de moda, emitida por HBO, es Sucession, una historia ambientada en el mundo de las grandes empresas gestionadas por familias, cuyos miembros se ponen zancadillas repetidamente. Pues La casa Gucci, última producción de Ridley Scott (y estrenada pocas semanas después de El último duelo) camina por la misma senda. La familia Gucci fue referente de la moda en los últimos años del siglo pasado con su industria de moda y complementos. La trastienda de los desfiles y el oropel de los escaparates reflejaban el intento de la familia por ocupar un lugar de privilegio en el mundo de la alta costura. Hace pocos años, Scott ya se había acercado a ese mundo poblado de ricos y famosos en Todo el dinero del mundo, donde indagaba también en la trastienda de una familia cargada de dinero y miserias.

Pues a ese mundo y a esa fauna se acerca el realizador, dando un giro notable a su reciente filmografía. No puede entenderse mayor cambio de tono y de historia la que se produce entre sus dos últimas películas.

La casa Gucci es un culebrón en la acepción más conocida del término. Los celos y las luchas internas entre los distintos miembros de la familia por lograr el control de la firma, forman parte de la trama. Basada en hechos reales, asistimos a las intrigas de unos y otros. Por un lado, el hijo del cabeza de familia, Maurizio (interpretado por Adam Driver, que últimamente está en todos los guisos) manipulado primero y denostado después por su esposa Patrizia Reggiani, una Lady Gaga que interpreta su personaje sin demasiada convicción. O tal vez sea que confundimos la actriz y el personaje que nos parece una trepadora sin escrúpulos, consumida por su deseo de formar parte de ese mundo de la alta sociedad al que aspiró cuando conoció al heredero de los Gucci y no cejó hasta casarse con él y formar parte de la familia. En el otro lado su tío Aldo y su primo Paolo, accionistas también de la firma.

Y así durante dos horas y media asistimos a los devaneos de unos y otros, intentando salirse con la suya. No voy a pormenorizar más los giros de la narración, que finalmente nos deja un sabor agridulce, más que nada por el desinterés por la suerte de los personajes. Es cierto que La casa Gucci nos cuenta una historia real, pero se produce tal distanciamiento que muy poco de lo que ocurre en pantalla realmente nos interesa. Lástima que después de la calidad mostrada en El último duelo, Ridley Scott haya resbalado en esta aburrida superficie de moda e intriga.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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