Let Everything appen to you, beauty and terror. Just Keep going. No feeling is final. “Deja que todo te suceda, belleza y terror. Solo continua. Ningún sentimiento es definitivo”. Estas palabras del poeta checo Rainer Maria Rilke cierran Jojo Rabbit, cuando la pantalla funde a negro y se disponen los títulos de crédito finales. Atrás hemos dejado una ciudad destruida, un ejército derrotado y un país invadido por los ganadores de la guerra. Como melodía sonora escuchamos una canción de Tom Waits. Antes hemos oído en algún momento de la película canciones de The Beatles, David Bowie o Ella Fitzgerald, canciones que en el contexto de una historia ambientada en las postrimerías de la segunda guerra mundial hacen que Jojo Rabbit quede desprovista de toda forma de naturalismo. A ello añadiremos la inserción en la trama del mismo Adolf Hitler como amigo y consejero imaginario del pequeño protagonista. Con estos datos podemos pensar que nos encontramos ante una película disparatada que nos puede ofrecer muy poco. En realidad, no es así. Si ahondamos en su fondo encontraremos motivos suficientes para valorarla y recomendar su visionado.

Jojo es un niño alemán de diez años, miembro de las juventudes hitlerianas y partidario acérrimo de las doctrinas nacionalsocialistas, incluyendo su aversión hacia los judíos. Sin embargo, esta identidad no debe llevarnos a pensar en él como alguien rechazable, porque el modo en que es presentado y las situaciones que protagoniza le acercan más a alguien que solo busca una identidad que le de consistencia. Su madre le recordará que no es un nazi, sino un niño que solo tiene diez años, un gusto por las esvásticas y el deseo de pertenecer a un club. Ciertamente, Jojo no es el prototipo de alguien que lidera un grupo con mentalidad tan discutible.

El mundo de Jojo queda en suspenso cuando descubre en su casa a una joven judía a la que su madre está ayudando y que permanece escondida en el ático. El contacto con ella irá poco a poco rompiendo en él los cerrados esquemas de la propaganda y acercándose a la realidad que vive su inesperada huésped. La realidad, dura –y Jojo lo sentirá en carne propia a pesar del tono de comedia y fábula que adopta la película-, irá cambiando su visión del mundo y le acercará al drama de quienes sufren las consecuencias de la guerra, al tiempo que le aleja definitivamente de ese amigo imaginario a quien termina expulsando de su vida.

¿Se puede hacer comedia con situaciones tan dramáticas como las que se sucedieron en Europa en aquellos años aciagos? Hay opiniones para todos los gustos. El gran dictador, en 1940, o Ser y no ser, en 1942, lo hicieron. Podemos decir que Chaplin y Lubitsch juegan en primera división y se les puede permitir. También lo hizo hace unos años Roberto Benigni en La vida es bella, y no faltaron detractores que le criticaron por provocar la risa con aquella historia enmarcada en la tragedia del holocausto. Ciertamente ninguno de los citados justifica lo que sucedió, más bien lo critican con dureza. También Jojo Rabbit nos enfrenta a aquellos hechos dramáticos, aunque apenas se deja llevar por ninguna forma de sentimentalismo.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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