Los exiliados vienen, casi siempre, desde el sur. Jóvenes fuertes del Senegal que atraviesan el desierto más duro. Mujeres viejas de Marruecos que cruzan cada día la frontera portando pan y dulces que vender a buen precio. Padres de familia mexicanos que miran, sorprendidos, la anchura y la longitud de un muro que crece sin parar. El norte…
Mi amiga no era exiliada. No podía serlo. Ella venía del norte. Del sur del norte, para ser más precisos, pero del norte al fin y al cabo, donde no faltan la comida, la seguridad, ni el miedo. Sin embargo, atesoraba unos rasgos que, a decir verdad, bien podían ser de Mamadou, Aicha o Luciano. Era joven, estaba decidida y mostraba una fortaleza tan grande como su inexperiencia. No sabía dónde se metía, pero allá iba…
Dejaba atrás una familia que la esperaba, una patria que hasta entonces había dado por hecha y un pasado resuelto. Pero el presente se había soltado del pasado, se había desenganchado, y ahora navegaba al ritmo de los vientos, por mar, rumbo a una esquinita africana llamada a sostener su futuro. Quizá fue una tuerca defectuosa, tal vez un mal sueño o una intuición. Puede que fuera culpa del azar o de quien lo dirige. Un beso, una cárcel del alma, un viaje de estudios organizado una tarde cualquiera. ¿Quién conoce la profundidad de las causas? ¿Quién sabe encontrar la respuesta a las preguntas que nos trajeron hasta aquí?
Ella no lo sabía… Y eso fue lo que le permitió adentrarse en la noche de aquellos días, en los bares de aquellas calles, en la soledad de un piso compartido y en el desarraigo que no comprende quien no lo ha conocido de cerca.
Y allí, en aquella tierra incierta, rodeada de bullicio, caras, dioses y rostros, en el punto medio de un mundo inmenso, descubrió que las lágrimas, como el mar, son saladas. Se descubrió a sí misma, en movimiento. Se encontró con otros, muchos, tantos, todos. Conoció el sur… Por eso sabe que, la noche que emprenda el camino al norte, será de día. Entonces, exiliada al fin, comprenderá que nada la diferencia de todos los jóvenes que, llevados por sueños y temores, comprometen familia, tierra y patria, en busca de sí mismos, a la espera de no encontrar a Dios todavía…
Martín Areta, cmf