En el silencio de esta noche herida

En el silencio de esta noche herida

En el silencio de esta noche herida 

dispongo el corazón a la plegaria. 

Los ruidos van cesando,

las prisas y las fatigas se sosiegan

y un clamor de estrellas en el espacio infinito

enciende su esplendor en ascuas vivas.

Mi mirada es azul en esta noche.



Abro las manos 

para abrazar el mundo con ternura 

y mis ojos se encienden expectantes 

más allá de los luceros,

más allá de estos límites

que encadenan mi voz y mi palabra.



En el silencio de esta noche herida,

tu voz, Señor, es una brisa 

que acaricia mi rostro y me redime 

del quebranto diario de la vida,

de la intemperie de los sueños rotos, 

de las horas estériles 

y de los miedos maniatados. 



Tu Palabra, Señor, en esta noche

es inconfundible, serena,

desbordada de besos y caricias, 

alentadora y palpitante

como quien ama en los silencios, 

como quien da la mano en las caídas, 

como quien sana y da luz a los ojos 

y pone el corazón a punto.



Tu voz, Señor, en esta noche

sostiene mi vida

y me sostengo, 

palpando sombras, abriendo huecos 

para estrechar tus manos 

y, hermanados, sentarnos a la mesa 

a compartir el pan y la alegría, 

la fiesta de la vida y sus sabores.



Mi palabra, Señor, en esta noche

es un silencio tierno

para escuchar la tuya.

Mañana será otro día 

y de nuevo la luz del alba 

bañará la piel

y llegará hasta lo más hondo 

donde Tú me habitas.

Gracias, Señor, 

porque en esta noche herida 

enmudeció mi palabra 

para escuchar la tuya. 


Blas Márquez Bernal, cmf

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