Es relativamente sencillo hacer una síntesis de la espiritualidad del P. Claret, pues, a pesar de su carácter práctico y su enorme capacidad de adaptación a la diversidad de contextos en los que vivió, tiene siempre claro el objetivo. Desde joven, especialmente cuando se le pasan los deseos de ser cartujo, se plantea como meta de su vida santificar su alma y salvar las del prójimo (Aut 113). A estos, cuando estuvo en el Noviciado de los Jesuitas, añade el celo por la gloria de Dios (Aut 153). Así se forma la tríada que luego nos dejará a sus misioneros como objeto de la Congregación y que le acompañarán hasta la muerte.
El carácter poco abstracto de nuestro P. Fundador hace que esta meta de su vida espiritual se traduzca pronto en una realidad concreta: imitar a Cristo Misionero. Nos lo plantea de un modo muy conciso en la definición del Hijo del Corazón de María: “No piensa sino cómo seguirá e imitará a Cristo en orar, trabajar, en sufrir, en procurar siempre y únicamente la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas.” Y como todo tiene su orden, la configuración del misionero comienza por “hacer y practicar y después enseñar”.
“Hacer y practicar” son dos verbos que vuelven activa a la espiritualidad claretiana se traducen en la especial importancia que adquieren las virtudes apostólicas como un lugar donde desarrollarse: la configuración con Cristo consiste en tener su pobreza, su humildad, su mansedumbre, su amor… no hay más que leer sus propósitos para ver cómo estas virtudes se van repitiendo. El P. Claret no tenía una espiritualidad intimista basada en una sensiblería vacía, más bien se esforzaba para que su vida reflejara la de Cristo. Pero tampoco era una mera imitación superficial o fruto de su trabajo. Tiene claro que la gracia es participación del ser de Dios por lo que sólo tendremos sus virtudes en la medida en que nos unamos a Él. El mismo deja escrito cuando era confesor de la Reina: “Cuando rezamos o meditamos algún misterio de la vida, pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo debemos en espíritu entrar en el interior de Jesucristo, a fin de participar de las virtudes que Él mismo practicó en aquel misterio”. Al igual que la meta espiritual, también nos ha dejado como centro de vida cristiana la configuración con Cristo Misionero. Ésta se refleja especialmente en los votos y en las virtudes apostólicas que aparecen en el capítulo VI de las Constituciones: caridad apostólica, humildad, mansedumbre, mortificación y capacidad de sacrificio (aunque estas últimas aparecen sin nombre). Nuestra espiritualidad busca de un modo especial la unión con el Señor a través de acciones concretas que nos hacen seguirlo e imitarlo más de cerca.
La importancia de la configuración con Cristo tiene una consecuencia evidente: necesita conocerlo profundamente. Para esto tiene que acudir primero a la Palabra de Dios. No es sólo porque nos asegura la certeza de la fe, sino que también es el único modo con el que podrá evitar que otras palabras la sustituyan. De este modo nos dice: “Todo el tiempo posible dedicarlo al estudio de la Sagrada Escritura.” Llama la atención la frecuencia con la que cita textos de las Escrituras. Ya, desde los inicios de su vocación misionera están los ejemplos bíblicos estimulándolo a dedicarse al anuncio de la Buena Noticia. Pero el estudio de la Palabra no es suficiente, tiene que encontrarse personalmente con Él. La Eucaristía, la oración mental, la liturgia de las horas, el rosario… todos son medios para conseguir mantenerse continuamente en la presencia del Señor. Resulta bonito cómo lo describe en los propósitos de 1857: “Tendré una capilla fabricada en medio de mi corazón y en ella día y noche adoraré a Dios con un culto espiritual. Pediré continuamente para mí y para los demás. Mi alma, como María, estará a los pies de Jesús escuchando sus voces e inspiraciones, y mi carne o cuerpo, como Marta, andará con humildad y solicitud obrando todo lo que conoce ser la mayor gloria de Dios y bien de mis prójimos.” ¡Ojalá todos nos encontremos con Cristo en esa capilla interior y lo reflejemos en nuestro modo de vida!
P. Antonio Ávila Gómez, cmf