El silencio ante el drama de los refugiados es un delito

Debajo de las caracolas 
Hay un testigo de la luz hiriente. 
Las dunas se deshacen en latidos
Y un coral deposita su nostalgia
En los labios sedientos de las olas.

Me acerco a los umbrales de la vida
Y no puedo evitar el desencanto. 
Caracolas vacías, 
Dunas sepultando los besos 
Y el temblor en las manos de los niños.
Alambradas y muros,
Fronteras y quebrantos. 
¿Imposible el abrazo y la ternura 
En los rostros sedientos 
En la noche más cruda
Bajo una luna enferma?

Si el dolor de unos cuerpos abatidos
Y el de un llanto humedecido. 
De unos ojos en flor no nos redime,
Pongamos al revés este edificio, 
Minemos sus cimientos 
Y una flor brotará de los escombros. 
No me resigno a caminar descalzo 
Por estas sendas sin latidos,
Y bajar la mirada
Y abrochar el cinturón de la certeza. 
Unamos nuestras manos solidarias 
Y otro mundo surgirá si aún soñamos. 
Si el sueño iluminado nos abrasa.

Si aún creemos en la fuerza viva
De los gestos pequeños. 
Si el pulso se acelera 
Ante el dolor de rostros diferentes,
Estamos al comienzo.

Blas Márquez, cmf

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