EL ORO DE NUESTRA VIDA

«El amor es mi peso», declaraba San Agustín, refiriéndose al amor a Dios y al prójimo. «Tanto peso como amo», quiso decir. El amor egoísta es ligero como el viento. No pesa, no vale absolutamente nada.

Claret pensaba lo mismo cuando decía que «todas nuestras riquezas consisten en el amor». Llamaba al verdadero amor «el oro entre los metales», ese amor que está disponible, que se entrega sin fingimiento, libre y gratuito.

El hecho es que el amor se falsifica como ciertos productos de marca. Se da el nombre de amor a la mera atracción sexual o incluso a las relaciones físicas con una persona sin tener ninguna relación moral con ella. El simple acto carnal, realizado sin ningún amor, se llama «hacer el amor», tal vez entre desconocidos.

El amor que existe entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre amigos íntimos, o ese amor profesado a todos los seres humanos, especialmente a los más débiles y pobres, es de otro orden.

Cada vez estoy más convencido de que valemos lo que vale nuestro amor. Y que si limpiamos nuestro coche, elegimos nuestra ropa y hacemos gimnasia, también deberíamos dedicar tiempo a cuidar de nuestro propio corazón. Ahí es donde encontramos los sentimientos que nos hacen útiles o inútiles: la agresividad, la irritación, la indiferencia, los deseos viles… o bien la bondad, la gratitud, la palabra amable, el cumplido oportuno, el estímulo, el gesto afectuoso.

La cultura, la carrera, el éxito y el prestigio pueden ser para nosotros metales preciosos. Pero somos ricos y felices en la medida en que aumenta el «peso» de nuestro corazón, el «oro» de nuestra vida.

 

Abílio Pina Ribeiro, cmf

(FOTO: Milo Weiler)

 

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