Duodécima «gota»: Los Caracoles

La imagen culinaria que presentamos hoy nos revela a Claret como un excelente estratega pastoral.

Se trata de una imagen emblemática en su obra por todo el componente misionero que conlleva; no en vano la repite por dos veces en la Autobiografía (cf. nn. 290 y 471). Dice que cuando iba a dar una misión se informaba antes de los vicios que había que reprender y las virtudes que había que plantar. Predicaba antes sobre las virtudes y cuando ya se había adueñado del auditorio predicaba sobre los vicios a extirpar. Lo contrario a la labor de labranza, en la que primero se extirpa la mala yerba y a continuación se planta la buena. ¿Y de qué comparación se valía para actuar así? Con la cocción de los caracoles. Los caracoles cuando se van a cocer no se echan directamente en agua hirviendo porque se contraen en su caparazón y no hay quien los saque, sino que se echan en agua tibia para que salgan de él y con fuego lento se va calentando el agua hasta hervir y ser así cocinados.

Para todos los que tenemos cualquier actividad pastoral es una llamada a la cautela y prudencia en el anuncio del Evangelio, y evitar la impetuosidad y el celo desmedido. Se trata de una virtud misionera encomendada por el Señor: “Mirad que yo es envío como ovejas entre lobos; por eso, sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas” (Mt 10,16). Decía Claret que esta estrategia la seguía porque se había dado cuenta que al principio iban personas por curiosidad y otras por maldad, y así muchas de ellas terminaban convirtiéndose y confesando bien sus pecados.

Pero la imagen también es una llamada de atención a una predicación íntegra del mensaje evangélico. Cualquier agente de pastoral, al igual que el político, corre una terrible tentación: obviar donde está la verdad con tal de granjearnos el agasajo y la alabanza de los demás. Sucumbimos a ser “políticamente correctos” porque nos da miedo el rechazo y la soledad, y olvidamos que nuestra “paga” es el Señor que todo lo recompensa y todo lo llena. Esta es la mayor desgracia del misionero: perder la sal (cf. Mt 5,13). El misionero que se queda en cuatro tópicos sin ser incisivo en la vida de la gente es el “misionero” misionado por esta “sociedad líquida” sin bases sólidas que se complace en una vida superficial y descomprometida.

¿Nos sentimos acomplejados del encargo recibido del Señor y de lo que representamos? ¡Revisa tu caridad pastoral y la integridad de tu anuncio!

 

Juan Antonio Lamarca, cmf.

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