Una “gota” más.
Claret tuvo también su conversión. Vivió con mucha intensidad lo que Soren Kierkegaard, el gran pensador danés, desarrolló bajo la categoría del “instante”. Es un despertar, una luz nueva. Para Claret fue aquella saeta que le traspasó el corazón: “¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo si finalmente pierde su alma” (Mt 16,26). Herido y perplejo dice: “Me hallé como Saulo en el camino de Damasco; me faltaba un Ananías que me dijese lo que había de hacer” (Aut. 69; cf. Hch 9,1-19).
Ananías es la imagen del guía o acompañante espiritual. En aquel momento lo encontró en el P. Amigó, y nunca le faltó ya un “ananías” que le orientase espiritualmente.
Todos necesitamos un “ananías”; decir lo contrario es caer en el pecado de autosuficiencia. Todos tenemos preguntas que resolver. Todos necesitamos iluminación, quitar las legañas que nos impiden ver con claridad. La fe, la vocación y el seguimiento de Jesús se va abriendo camino en las tinieblas de nuestro mundo (cf. Is 50,10) cuando vamos agarrados de la mano de alguien. Hay que rendirse con humildad ante la tentación del que cree saberlo todo y no necesita la ayuda de nadie.
Las dos características que ha de tener un buen “ananías” las podemos sintetizar en que sea:
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Una persona de oración.
Pedro al encontrar a Jesús, después de una larga noche de oración, le dice: “Todo el mundo te busca” (Mc 1,37). Así es… al hombre de oración todo el mundo lo busca.
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Y que dé respuestas “desde arriba”.
Respuestas desde el ámbito donde se encuentra Dios; no desde el ámbito de mis quejas. La mayor parte de las veces nos respondemos “desde abajo”, y esto nos mantiene anclados en el caos y la confusión.
¿Y tú?
Ten confianza y abandónate. Busca… y hallarás.
Juan Antonio Lamarca cmf.