Corazón de madre

Como todos los misioneros claretianos, siempre he considerado el corazón de María como punto de referencia del amor. Este amor nos capacita para ser enviados como los apóstoles. He comprendido que la profunda vida interior de María es una fuente de espiritualidad la cual, es vital para nuestra vocación misionera y apostólica. Por eso, no hay formación de misioneros sin una relación con el corazón de María.

Para entender a María como madre, discípula y mujer de su tiempo, hay que contemplar su corazón. Debemos formarnos en su fuego del amor. El corazón de María late con el de Jesús, lo que le hace vivir siempre con humildad, una escucha atenta y una apertura mayor al Espíritu Santo. Para mí, a pesar de todas las bonitas advocaciones que se le dan a María, es su Inmaculado Corazón el que nos asegura que siempre nos escucha. El que nos conecta con Dios y nos ama como una madre llena de ternura.

Estamos en un mundo necesitado de más hombres y mujeres que, como decía el mismo Claret, vivan la vocación cordi-mariana. La misma que nos da un corazón de madre para con el prójimo.

Todos nosotros tenemos una madre y, como hijos e hijas suyos, sabemos que su ternura no busca división sino solidaridad. En un mundo donde muchas personas todavía necesitan una familia y un hogar, nos hace falta un modelo materno que acoge sin favoritismo y sin hacer sentir a nadie superior o inferior al otro y que tiene al mismo tiempo un corazón discipular para el Señor. Una frase del evangelista Lucas que me gusta mucho es: “Pero María guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Ella nos sigue enseñando a ser humildes ante las cosas misteriosas que nos trae la vida de fe. Nos enseña a decir “sí” a la voluntad de Dios y “no” a las cosas contrarias a la misma.

Estudiante Ho Quoc Vu, CMF

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