CAMINO, VERDAD Y VIDA

 La Palabra —Dabar en hebreo y Logos en griego— revela la voluntad de Dios, sus designios y propósitos divinos. Es poderosa, creativa, redentora y sustentadora. En Génesis 1,3, Dios dijo: «Hágase la luz», y la creación cobró existencia. Su Palabra, primero proclamada oralmente por los profetas y más tarde puesta por escrito, se convirtió en el fundamento del Antiguo Testamento. Las enseñanzas de Jesús, de sus discípulos y de san Pablo conforman el Nuevo Testamento. Juntos, constituyen la Sagrada Biblia: la Palabra viva de Dios, inspirada por el Espíritu Santo. Dios se ha revelado plenamente a través de los profetas y, en última instancia, por medio de Jesucristo (Hebreos 1,1; Juan 1,1–3). Jesús, la Palabra hecha carne (Juan 1,14), vino a redimir a la humanidad. Sus palabras son espíritu y vida (Juan 6,63). No estamos llamados a reescribir las Escrituras, sino a releerlas constantemente, meditarlas y vivir según la Palabra de Dios.

La vida cristiana se sostiene sobre dos pilares fundamentales: la Palabra de Dios y la Sagrada Eucaristía. La Palabra divina revela su voluntad amorosa y nos conduce al arrepentimiento, la humildad y la obediencia, como sucedió con Abrahán, la Santísima Virgen María, san Antonio María Claret y tantos hombres y mujeres santos. La Sagrada Eucaristía aporta unidad, paz, sanación y alimento espiritual, fortaleciendo nuestro corazón y nuestra mente, especialmente en tiempos de prueba. En la Eucaristía encontramos la presencia real de Jesús, fuente de nuestra fuerza y esperanza en Dios. Jesús dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros» (Juan 6,53). Y también proclamó: «Mis palabras son espíritu y son vida» (Juan 6,63). Su Palabra tiene el poder de dar vida, tanto en lo físico como en lo espiritual. A través de su Palabra, Jesús llamó a sus discípulos, los envió con poder para predicar la Buena Noticia y expulsar demonios. Predicó, obró milagros, sanó enfermos, resucitó muertos, calmó tempestades, perdonó pecados y prometió vida eterna, paz y alegría.

La Palabra de Dios configura nuestra identidad y misión. Profundiza nuestro conocimiento de Dios y del ser humano, y debe ser celebrada con inmensa alegría y reverencia. Como dice 2 Timoteo 3,16: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, reprender, corregir y formar en la justicia». Por ello, hemos de leer, estudiar y orar con la Palabra. La formación permanente de catequistas, niños y agentes pastorales es esencial.

Como parte de nuestro mandato misionero y del apostolado bíblico de nuestra Provincia, he asumido la misión de enseñar la Palabra de Dios en nuestra parroquia y también a un público más amplio, tanto a nivel local como internacional. Esta misión se realiza mediante estudios bíblicos, predicación y enseñanza, tanto de manera presencial como en línea. Nosotros, los Misioneros Claretianos, estamos llamados a ser Servidores de la Palabra. Es nuestra responsabilidad y gozo continuar la misión de Jesús, fortalecidos por el Espíritu Santo e inspirados por el carisma de nuestro Fundador, san Antonio María Claret. Como escribió san Pablo: «La fe viene de la predicación, y la predicación, por la Palabra de Cristo» (Romanos 10,14–17).

Seamos cumplidores de la Palabra (Santiago 1,22), dando frutos en el amor, el perdón, la paciencia, la esperanza y la compasión. Que el Espíritu Santo nos ayude, como ayudó a María, a custodiar y vivir la Palabra para gloria de Dios y salvación del mundo.

P. Bijoy Chandra Nayak, CMF – Leyton, Londres (Reino Unido)

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