Autoridad como la de Jesús

En los evangelios aparece con mucha frecuencia el dato del asombro que suscitaba entre la gente ver a Jesús actuando y hablando con “autoridad” (en griego “exousía”). Atención a este término. Sorprendentemente la palabra “autoridad” aparece mucho en el NT. Se repite más de cien veces. No es necesario demostrar que ahora, en nuestro actual contexto, usarla, incluso cuando aparece referida a Jesús, puede causar más desconcierto que el asombro que causaba a los judíos contemporáneos del Caminante de Galilea.
Porque la autoridad es uno de esos conceptos fundamentales que se ha vuelto confuso. Algún pensador considera una catástrofe social, política y ética que el concepto se pierda o desvirtúe. Pero es lo que viene sucediendo, y no solo en el ámbito familiar sino en otros muchos, incluido el ámbito eclesial. El equívoco nace al relacionarlo con “autoritarismo” que es su negación. Una de las tareas más necesarias para la cohesión social es la regeneración de este concepto. Resulta paradójico porque contiene dos significados totalmente distintos. En efecto, desde la época romana “poder” y “autoridad” se distinguen claramente. El poder se ejerce mediante la coacción (legítima o fraudulenta). La autoridad, en cambio, se conduce a través del respeto que suscita. Cuando obedecemos a una “autoridad en medicina” nos sometemos a su sabiduría, no a su fuerza. El hecho de que instituciones fundamentales hayan perdido “autoridad” conduce al imperio de la coerción o a la anarquía, que suele ser su gemela. Un modo de barbarie.
Hemos de reconocer la auténtica autoridad y respetarla. Hacerlo implica dos cosas: En primer lugar, no debemos, por falta de claridad o por miedo, renunciar a ejercerla y a secundarla, según corresponda a nuestro lugar social, familiar, económico, eclesial… En segundo lugar, tanto su ejercicio como la obediencia que demanda, ambas cosas, exigen una considerable dosis de libre responsabilidad. Y a los que seguimos al Maestro implica además conformar nuestra vida con la de Aquel en cuyo nombre actuamos, porque la auténtica autoridad habla o actúa en nombre de Dios.

Juan Carlos Martos Paredes, cmf

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