Almas en pena de Inisherin

Son abundantes las películas que nos ofrecen historias que se presentan como tratados fílmicos sobre la amistad. Se trata de un sentimiento profundamente humano y necesario para llenar la vida de sentido y desarrollarse como personas de manera enriquecida por las aportaciones ajenas. Pero también abundan las historias que llenan la amistad de resentimientos, ecos pasados, motivos que la invalidan o la convierten en una suerte de vida perdida, casi sin nostalgia, e incluso objeto olvidado, casi inexistente. Estas circunstancias suelen sucederse por parte de las dos partes que, por motivos variados, ponen fin a su relación y convierten su experiencia pasada en material de desecho.

Pero ¿qué sucede cuándo la amistad quiere ser arrinconada al olvido, por una parte, pero quiere mantenerse viva por la otra? Porque eso sucede en Almas en pena en Inisherin. Uno de los antiguos amigos, Pádraic (a quien interpreta en un registro muy alejado al que nos tiene acostumbrados Colin Farrell, que recibió el premio de interpretación en el festival de Venecia), no entiende por qué su amigo Colm (interpretado por Brendan Gleeson) desea poner fin a su amistad. Y éste, a pesar de sus invectivas, no termina de aceptar la terquedad de su antiguo amigo que quiere mantenerse firme en su deseo de conservar la amistad que tanto tiempo les ha unido.

Y junto al tira y afloja de ambos, otros personajes intervienen en la trama aportando sus miradas, sus consejos, sus bienintencionadas emociones, como espectadores de un drama que parece casi una comedia, pero termina por imponer un tono dramático que nos deja un regusto insatisfactorio, sorprendidos por el devenir de unos hechos que hemos contemplado durante buena parte del metraje sin implicarnos realmente, pensando que las cosas no iban a llegar a tales derroteros.

Merece la pena acercarse a esa isla pequeña y alejada del mundo, donde unos personajes tan pintorescos viven sus vidas desde la conciencia de ser protagonistas en el mínimo escenario que les ha tocado en suerte. Tal vez, solo la hermana de Pádraic, Siobhán, se nos revela como el personaje que tiene los pies más en la tierra y por fuerza tiene que abandonar ese particular edén donde suceden acontecimientos tan extraños o al menos fuera de normas convencionales.

Y en medio de todo, merece la pena fijar la atención en ese burrito, compañero de Pádraic, que enternece con solo mirarlo y aporta al relato la ternura que su dueño quiere a toda costa recuperar.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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