El comentario del Domingo: III de Pascua

5 de mayo 2019. (3º T P C)
Escuchamos en este tercer domingo de Pascua una nueva aparición del Resucitado a un grupo de discípulos junto al lago de Tiberíades. Tras la muerte del Señor ellos han vuelto a Galilea siguiendo las indicaciones de Jesús resucitado a las mujeres: “decid a mis hermanos que vallan a Galilea, allí me verán”. Han vuelto al trabajo de siempre, la pesca. Aunque el Señor ya se les había aparecido anteriormente en Jerusalén, parece que las dudas, la incertidumbre, aún perduran. Han vuelto a las redes que dejaron para seguir al Maestro.
Y el Señor se les presenta de nuevo, al amanecer. “No sabían que era Jesús”. Empieza a haber algo más de luz: “es el Señor”, dirá Juan. Otra vez vuelven a sentir su presencia alentadora: “no se atrevían a preguntarle quién era porque sabían bien que era el Señor”. Con su presencia, con su consejo, una nueva pesca milagrosa.
En más de una ocasión hemos sentido la sensación del fracaso, de que nuestras fuerzas se debilitan, de que nuestra fe necesita un nuevo empuje. No nos resulta fácil reconocer al Resucitado en el trajín de cada día. No podemos olvidar sus palabras, su promesa de estar con nosotros en todo momento. Nos ofrece su comida: “vamos, almorzad”. Quiere que al inicio de cada jornada recuperemos las fuerzas perdidas en vano durante la noche.
En nuestras vidas necesitamos “testigos de Jesús”, personas que como Juan, con su palabra y con su vida nos ayuden a descubrir la presencia viva de Jesús, a pesar de nuestra experiencia de debilidad. Él está presente en medio de nosotros, en el grupo de creyentes (cuando dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo); nos ofrece su comida (tomad y comed…). Esta ha de ser la fuerza que nos saque del desaliento y nos devuelva la alegría de la Pascua.

Juan Ramón Gómez Pascual, cmf

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