Dame tu mano, María,
para esta larga jornada
y la cita enamorada
a la hora y en el día
en que la noche destella.
¿No ves que vengo perdido
buscando ansioso tu estrella
y entre latido y latido
tu Corazón me desvela?
¡Oh qué noche tan oscura
y qué angostos los senderos¡
Si me prestas los luceros
que iluminan tu hermosura,
no hay montaña ni desierto,
ni selva, mares o ríos
que siembren el desconcierto,
Virgen del mayor consuelo,
en las horas de extravío.
Madre de los misioneros,
Consuelo del caminante,
contigo por los senderos,
y a pesar de los pesares,
iré con el Evangelio
por selvas, río y mares.
Blas Márquez Bernal, cmf