La Samaritana (Jn 4, 5-42)

Llegó Jesús a Sicar, ciudad de Samaria.
Y se sentó junto al pozo,
Cansado de recorrer tantos caminos polvorientos. 
Era como la hora sexta y el sol de mediodía 
Acentuaba su sed y sus anhelos. 

Y una mujer, sin nombre para poder reconocerla, 
Llegó a sacar agua de aquel pozo 
Arrastrando su soledad y cubierto su rostro 
Con tantas caricias estériles en noches enloquecidas. 

Se cruzaron sus miradas y en el silencio de aquella hora 
Se escuchó el rumor de un Agua Viva 
Que manaba de un pozo más hondo e insondable. 

El rostro de aquel hombre, su mirada
Y su palabra eran interrogaciones 
Imposibles de descifrar
En el quebranto de su vida.
Estaban solos los dos
Y el Pozo seguía manando
Hasta inundar los riberas 
De su corazón sediento.

Se apagaron las horas 
Y en el balcón de su morada
El sol se deslumbró enloquecido. 

Jesús calmó su sed en el beso enamorado 
De aquella mujer renacida. 
Y despojada del manto de su vieja servidumbre,
Se abrazó al Nazareno.
Y en la colina de sus pechos
Tembló la tarde. 

Blas Márquez, cmf

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