PALABRAS DEL PADRE GENERAL EN EL TRIDUO A SAN ANTONIO MARÍA CLARET

Palabras del Superior General en el triduo a San Antonio María Claret
en la clausura del año jubilar en Canarias
por el 175º aniversario de la presencia de Claret en las islas

23 de octubre de 2024

Las Palmas de Gran Canaria

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Es una profunda alegría estar hoy con ustedes en estas hermosas islas Canarias. No vengo como un visitante más atraído por la belleza natural de su tierra, sino como un hermano claretiano para celebrar juntos un momento histórico: los 175 años desde que nuestro fundador, San Antonio María Claret, pisó por primera vez estas tierras benditas.

Me conmueve profundamente ver cómo, después de tanto tiempo, ustedes siguen manteniendo viva la memoria de aquel «Padrito», como cariñosamente lo llamaban sus antepasados. Esta fidelidad al legado claretiano es un testimonio vivo de cómo el Espíritu Santo sigue obrando en esta comunidad.

Doy gracias al Señor por todos los misioneros claretianos que siguieron las huellas del Fundador en esta isla y que, junto con el pueblo, mantuvieron y mantienen viva la memoria y el carisma de Claret. Conservo en mi corazón el entrañable recuerdo del querido Padre Pedro Fuertes, quien con su vida y dedicación encarnó de manera extraordinaria el carisma claretiano entre todos ustedes.
Hoy meditamos sobre el don precioso de la fe y su poder transformador en nuestras vidas. Imagínate por un momento vivir sin haber experimentado el abrazo amoroso de Cristo, sin haber sentido jamás el calor del Amor de Dios envolviéndote, sin ese Espíritu que nos colma de alegría, paz y amor, especialmente cuando atravesamos valles oscuros. La fe no es solo una creencia: es la luz que ilumina y da sentido al caminar del cristiano.

La misión ardiente de Claret era precisamente esta: despertar y avivar la fe mediante la proclamación viva de la Palabra de Dios, esa Palabra que sana las heridas del alma, consuela los corazones afligidos y recrea toda la existencia.»

Permítanme compartir tres aspectos del carisma claretiano que, 175 años después, siguen siendo fundamentales:

1. El Don del Encuentro:

Cuando Claret llegó aquí en tiempos difíciles, estas islas estaban recuperándose de epidemias y agitación política. Pero Dios, en su providencia, envió no solo a Claret sino también al obispo Pablo Buenaventura Codina. Juntos, fueron instrumentos de renovación espiritual. Hoy, en nuestros propios tiempos de desafíos globales, ¿no necesitamos también ese encuentro renovador con Cristo?
El Papa Francisco nos recuerda una verdad transformadora: conocer a Jesús cambia radicalmente nuestra existencia. Con Él, nuestros pasos son firmes, nuestros oídos están abiertos a su Palabra, y nuestro corazón encuentra descanso en su presencia. Construir la vida sobre el Evangelio, más allá de la pura razón humana, nos lleva a una plenitud que da sentido a todo. Esta experiencia personal del amor de Cristo es la fuente de nuestro impulso evangelizador. (Cf. EG 266)

2. Arder en el amor de Dios:

Fue aquí, en Canarias, donde el corazón misionero de Claret se confirmó plenamente. Vio el poder transformador del Evangelio en acción. De hecho, me atrevo a decir que fue aquí donde nació en su corazón el sueño de nuestra Congregación, que más tarde fundaría en Vic en 1849. Una vez que nos encontramos con Jesús, nuestros corazones arden con un amor auténtico que ilumina nuestras vidas e irradia a nuestro alrededor. Un discípulo de Cristo arde en el amor de Dios.

3. Abrasar:

Ser ardiente es una realidad dinámica. Primero orienta nuestras decisiones personales en el discernimiento. Luego da vida y luz en nuestra comunidad y familia y continúa iluminando las vidas de aquellos que el Señor trae a nuestras vidas. En un mundo marcado por conflictos y divisiones, este mensaje es más necesario que nunca.

Queridos hermanos y hermanas, veo en ustedes el fruto maduro de aquella primera semilla plantada por Claret. La manera en que han preservado y nutrido el carisma claretiano es un testimonio para toda nuestra Congregación.

Este jubileo no es solo una celebración del pasado. Es un llamado a renovar nuestro compromiso con la misión evangelizadora. Como nos recuerda el Papa Francisco, no podemos quedarnos en la nostalgia del pasado, sino que debemos discernir cómo el carisma claretiano puede responder a los desafíos de hoy.

Que este año jubilar sea un tiempo de gracia especial. Que el Corazón Inmaculado de María, en cuya fragua se formó Claret, siga formando nuestros corazones para ser auténticos misioneros en el mundo de hoy.

Y mientras celebramos estos 175 años, pidamos la gracia de mantener vivo el fuego misionero que Claret encendió en estas islas, para que sigamos siendo, como él, testigos del amor de Dios en nuestro tiempo.

Que así sea. Amén.

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