El maestro jardinero

Entre tanto cine vulgar que responde a criterios de comercialidad y llena las pantallas de los cines de las grandes superficies, surgen de vez en cuando rarezas, otro cine de matices muy diferentes, que parece estar concebido para otro fin bien distinto, de reducida comercialidad, que no reúne masas de espectadores. Pero es este cine el que perdurará y enriquecerá la historia del cine. ¿Este discurso puede ser quizá expresión de un elitismo trasnochado? François Truffaut escribió refiriéndose a Charles Chaplin que era “el mejor y el más comercial de los directores”. Ambos conceptos, calidad y comercialidad, no tendrían por qué ser contrapuestos. Suelen serlo con frecuencia.

Y en el caso de “El maestro jardinero” es aún más evidente esta oposición. Su realizador, Paul Schrader, ocupa un lugar de privilegio en el cine norteamericano desde los años setenta del siglo XX; primero, como guionista de Taxi Driver o Toro salvaje (dirigidas por Martin Scorsese), y después como realizador de películas, algunas de las cuales han recibido el beneplácito de la crítica. Y antes, trabajó la crítica del cine, escribiendo un texto que ha devenido clásico: “El estilo trascendental en el cine”, donde expuso sus criterios a la hora de valorar y realizar películas.

De origen calvinista, Paul Schrader construye historias protagonizadas por personas que arrastran tras de sí un pasado que carga sobre sus espaldas arrepentimiento, expiación y necesidad de olvido. ¿Pero es posible reconstruir la vida comenzando a vivir desde bases que todo lo hacen nuevo? Esa es la pretensión del protagonista de El maestro jardinero. Militante en un grupo violento de raíz filonazi, hace tiempo decidió dar un cambio a su vida e iniciar una existencia bien diferente, especializándose en el cuidado de jardines. Sus reflexiones, puestas en papel en la intimidad de su cuarto en la pequeña casa que ocupa en medio del jardín donde trabaja, nos evidencian la analogía que establece entre su vida tranquila y sosegada y el crecimiento de las flores y la belleza que éstas ofrecen. Trabaja con un pequeño grupo de empleados, todos al servicio de una viuda rica, que posee un amplio terreno donde nuestro protagonista ha construido su nueva vida.

A su apacible existencia llega una joven, familiar lejano de la dueña de la hacienda, a la que, a petición de ésta, ha de enseñar y educar en el arte de la jardinería. Los comienzos son prometedores, pero también la muchacha arrastra tras de sí un pasado del que no ha terminado de desprenderse y que volverá a recordar al maestro jardinero que el pasado siempre vuelve. Inevitablemente, su vida se verá sacudida y revivirá actitudes que desearía olvidar. Por un tiempo, su dedicación a la jardinería (a su nueva vida tranquila y serena) se verá menoscabada por las urgencias de un presente indeseado, que le exige reasumir actitudes de su pasado para recuperar la normalidad…

Sobresale en El maestro jardinero el ritmo pausado durante casi todo su metraje, cortado por puntuales explosiones de violencia, y la interpretación de sus protagonistas, sobre todo de Joel Edgerton, que actúa de forma muy contenida, casi hierática, cubierto con su uniforme de jardinero que oculta los tatuajes que delatan el pasado oscuro que quiere olvidar. A diferencia de otros films de Schrader, El maestro jardinero ofrece en su desarrollo una mirada de cierto optimismo que invita a pensar que el realizador norteamericano ha tamizado ya en el último tramo de su vida la dureza que evidenciaban otras producciones anteriores.

 

Antonio Venceslá Toro, cmf

 

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