Resurrección y sus protagonistas

  • Jesús murió y su cuerpo muerto «desapareció». El fenómeno más sorprendente, recogido por el Nuevo Testamento y sobre todo por los evangelios, es la desaparición total del Cuerpo muerto de Jesús. Después de tres días un cadáver no se volatiliza totalmente.  La hipótesis de un robo o de la profanación de su tumba fue ya desde el principio desechada. Pero… ¿qué ocurrió exactamente con aquel cuerpo?
  • Tras la muerte de Jesús, María también «desapareció». La madre de Jesús junto a la cruz recibió un nuevo y sorprendente encargo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”; “ahí tienes a tu Madre” (Jn 19 26-27). Después, María se “evaporó”. Muchos nos lamentamos de que falte en el Evangelio un relato de la «primera aparición» que sería obviamente la de Jesús a su madre. Tampoco se habla de una aparición de Jesús al discípulo amado -que había acogido a María como madre y presencia esencial en su vida-. ¿Qué explicación tiene esa total ausencia en los relatos de la Pascua?
  • No «desaparecieron» otras mujeres. Los evangelios nos presentan, sin embargo, a la Magdalena como la primera agraciada con la aparición de Jesús (cf. Jn 20,10-18). María no aparece, pero la Magdalena sí. Y tiene un rol muy destacado: recibir en primicia la aparición de Jesús. Junto a María Magdalena, otras mujeres como la madre de Santiago el Menor, Salomé y otras (cf. Mc 15,40; Lc 23,55) todas ellas discípulas de Jesús, le habían seguido desde Galilea, habían llegado hasta el Calvario y habían asistido a su ejecución. Estas mismas mujeres quieren ungir el cuerpo de Jesús. Entre ellas no está María. ¿Dónde estaba la madre del crucificado? ¿Por qué no estaba junto a ellas? ¿Con quién estaba?
  • Las mujeres averiguaron la «aparición» del Desaparecido. Dos varones con vestidos luminosos les anuncian que el cuerpo de Jesús había sido resucitado por Dios (cf. Jn 20,12); había sido asumido en una forma de vida muy superior a la anterior. A partir de ahora, su cuerpo está definitivamente lleno de señorío y de vida: ¡más real que lo real! ¡más vital que lo viviente! Lo extraordinariamente nuevo es que el Señor no ha desaparecido. Son los ojos humanos los que ya no pueden percibirlo. Los sentidos topan con sus límites. Ante tanta visibilidad y luz, los sentidos se ciegan; ante tanta realidad el tacto se vuelve insensible; ante voz tan penetrante y transformadora, el oído se torna absolutamente sordo.
  • El anuncio de las mujeres sobresaltó a los discípulos. Estos no las creyeron. Pedro reaccionó con su búsqueda particular. Se extrañó de lo que vio en el sepulcro y de que el cuerpo de Jesús no estuviera allá. No deja de ser una ironía de la vida que aquellos a quienes confió Jesús su cuerpo en la última cena, sean los que lo pierdan; y que aquellas a quienes Jesús no confió su cuerpo, sean las que vayan a embalsamarlo y las más preocupadas en encontrarlo. Además, cuando se encontraron con el ángel, no tuvieron reparo en creer en su presencia real aunque invisible.
  • María no buscó entre los muertos al Viviente. María fue perfecta discípula de Jesús hasta el final. Si ser discípulo consiste en cercanía (estar con Él) y obediencia (hacer lo que Él pida); María estuvo con Él hasta la cruz y obedeció el encargo de ser madre del discípulo amado. Ella no necesitó buscar a Jesús en un sepulcro porque estaba vivo. Por ello no sorprende que, una vez resucitado, María colabore para que resucite -renazca- su comunidad. El «¡no está aquí!» de los dos mensajeros revela que las ti­nieblas del sepulcro esconden luz y vida; que la interpretación negativa del sufrimiento es equivocada; que existe una apertura positiva, un vislumbre de luz. María no necesitó buscar a Jesús. Creyó en el Viviente.

 

Juan Carlos cmf

(FOTO: Alessandro Vicentin)

 

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