En los últimos años, la plataforma Netflix está ofreciendo un retrato poco complaciente de la familia real británica en la muy interesante serie The Crown. Apoyada en unos cuidados guiones de Peter Morgan (que ya se había acercado a la reina Isabel en The Queen), la serie entra en las intimidades de los Windsor, contraviniendo así la ley no escrita (o sí) de anular toda manifestación externa de sentimiento. En la última temporada estrenada hasta ahora ya se mostraba a la princesa Diana en pugna consigo misma y con el rígido status marcado por la casa real.
En esta misma línea, el realizador chileno Pablo Larraín nos invita a abrir las cortinas de la mansión campestre donde la familia real pasa las navidades y acompañar a la princesa Diana en su tortuosa experiencia. Repite así una fórmula parecida a la que realizó con Jackie, retrato de la primera dama estadounidense en los días posteriores al asesinato de su esposo el presidente John Kennedy. Desde el primer momento, Pablo Larraín define la historia que nos va a contar como una fábula. Así queda claro que no va a jugar la carta del realismo (por otro lado, sería difícil conocer con precisión todo lo sucedido tras las paredes de aquella casa dadas las medidas de seguridad que preservaban la intimidad real). Más bien, el guion de Steven Knight propone una mirada introspectiva en la sensibilidad deteriorada de Diana de Gales. La actriz Kristen Stewart (que se ha convertido en una intérprete estupenda más allá de la protagonista adolescente de la saga Crepúsculo) es la heroína de la función y protagonista omnipresente en casi todas las escenas de la película. Su mirada y más aún su sufrimiento acompañan su deambular por estancias interiores y exteriores de la finca.
Diana se nos presenta como una mujer perdida (el inicio de la película juega con el fácil simbolismo de no saber cómo llegar a la mansión real, habiendo estado allí muchas veces y viviendo su infancia en una finca próxima), con problemas emocionales y tendente a la depresión a causa de la infidelidad de su esposo y de su sentida incapacidad de someterse al encorsetamiento rígido de los protocolos de la familia real. Así la vemos en permanente actitud de huida de lo establecido (retrasos reiterados y rebeldía) encontrando solo acomodo en las escenas que comparte con sus hijos (lo que da pie a una estupenda escena de intimidad maternofilial que evidencia la buena interpretación de su protagonista) y con una sirvienta encargada de su vestuario (interpretada por la siempre eficaz Sally Hawkins). Todos los demás parecen estar en su contra, priorizando la tradición y el hacer las cosas como mandan las convenciones. Los diálogos mantenidos con el responsable de seguridad muestran el enfrentamiento de dos formas de entender las cosas.
Sabemos que la princesa Diana finalmente se divorció del príncipe Carlos, abandonando así la familia real británica. Spencer (apellido familiar de Diana) justifica sobradamente los motivos de su decisión.
Antonio Venceslá Toro, cmf