Tengo al límite el sabor de esta tristeza.
La tristeza no es un tinto de verano.
Ni un verano de playa sin sombrillas.
Una sombrilla en los párpados
quizás tiene sentido
pero los ojos
no resisten y se adormecen.
Yo concibo esta historia de otro modo.
Cansado de palabras huecas
miro, contemplo el mundo y ¿nada cambia?
¡Nada cambia! Lo digo y lo repito
con mi voz dolorida.
La Mesa del Mercado tiene esquinas,
manteles y zozobras y es redonda,
redonda como el mundo.
Los manjares no sacian su codicia
y en ese redondel las sillas
están contadas,
tienen fijo su número y sus delirios.
Los pobres ya no tienen ni palabra.
Se acercan a la Mesa,
mendigos contagiados aún
de una esperanza tibia.
Pero ¡qué va!
Las migajas que caen de su Mesa
ya tienen dueño:
sus perros guardianes
y sus esbirros.
Hoy como ayer, los pobres multiplican
el hambre, el desamparo y su quebranto.
¿Se nublaron sus sueños
o hay todavía estrellas solitarias
que deslumbran sus sendas
y resucitan
hoy como ayer sus sueños “imposibles”?
Yo concibo esta historia de otro modo.
El tiempo medirá nuestros afanes
y quizás el reloj de la nostalgia
nos devuelva en pañales la esperanza.
¡Gritad que me equivoco,
que todo cambia
y un día no lejano
derrumbarán la Mesa carcomida
del Mercado y habrá sitio para todos.
Abro mis manos
y en una caracola amanecida
reverdecen también todos mis sueños.
Las Palmas, 2020
Blas Márquez Bernal, cmf
(FOTO: Spencer Davis)
VIVO O SABOR DESTA TRISTEZA AO LIMITE em portugués