«Jesús dijo al hombre de la mano atrofiada: levántate y ponte en medio. Y, levantándose, se quedó en pie… Y le dijo: extiende tu mano. Él lo hizo y su mano quedó restablecida».
Una vez más, asistimos a otro hecho de Jesús en el que devuelve la dignidad perdida a un hombre que, por su minusvalía, tendría que mendigar para comer.
Y Jesús realiza este hecho en un lugar sagrado: la sinagoga. Y en un tiempo sagrado: el sábado. Indicando con esto que lo realmente sagrado para Él es la persona humana.
Y dice al hombre: «¡levántate!». Que es igual que decirle: «¡resucita»!. Porque Dios no acepta nada que pueda mortificar al hombre, esclavizarlo o anularlo.
Dios quiere para el hombre la dignidad, el amor, la atención, la esperanza, la alegría, la salud… Piensa hoy en aquellas facetas de tu vida que tienes «atrofiadas» y ponlas en la presencia de Jesús. También Él te dice hoy a tí: «¡Levántate!», «¡Resucita!».
Y también te puedes encontrar hoy con personas que tienen atrofiada su esperanza, su alegría, su capacidad de amar o de perdonar… Y diles con tus hechos lo que Jesús dijo al que tenía la parálisis: «¡levántate, ponte ahí en medio, extiende el brazo!».
Buenos días.
Antonio Sanjuán, cmf