El homicidio del viejo reloj,
ocurrió antes de pendular
la constelación fugitiva del cazador de orión
y el tic-tac de sus ojeras
recién amanecidas.
Su anatomía pálida y desgastada
fue encontrada en los archivos
de una memoria desamparada.
Las agujas,
amarillas de cobre
y repetidos puntos,
cruzaron la frontera del tiempo
hasta derribar
el fantasma de la muerte,
quien lo liberó de su caducidad.
Su maquinaria
y tren de engranajes
habían vivido
en las fibras de un aire tempestivo,
deshilachando con su tic-tac
la carne homicida de su caja sonora.
El viejo reloj
quedó derrotado
entre los inmortales verbos
de su vida coleccionada
en el museo de la tristeza.
Ahora duerme en las calles
como un recuerdo inerte,
como un campanario de hechizos
en la fosa de su creador ,
Cristiann Huygens.
Su catedrático tiempo
sucumbe las horas ,
y su movimiento físico
arropa mi fatiga,
prolongando en un corcel de vaivenes
la dulzura de la vida
que se arrima a este fúnebre minuto
de murciélagos
en la torre de mi cansancio.
Ramón Uzcátegui Méndez, sc