Hay películas (no muchas) que proponen un viaje a las profundidades de tu interioridad, a partir de una narración que te invita a pausar tus sentidos y dejarte llevar, conmovido, por la experiencia narrada en sus imágenes. Son películas para orar. También el cine puede ser un vehículo de trascendencia y ascender por sus fotogramas a ese escondido espacio donde habita lo sagrado. Hay muchos ejemplos, más de los que podamos pensar: Ordet, De dioses y hombres, Los comulgantes, Monsieur Vincent, Diario de un cura rural… Y es el caso de Vida oculta, del siempre interesante Terrence Malick, poeta que factura sus poemas visuales con imágenes, monólogos, silencios, música, ofreciendo historias densas y ejemplares. Unas palabras de la poetisa británica George Eliot ponen broche de oro a la película antes de los créditos finales. Son éstas: “…el bien creciente del mundo depende en parte de actos al margen de la historia; que las cosas no nos vayan tan mal a ti y a mí como pudiera haber ocurrido, se debe en parte a los que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas que nadie visita”. Ese es el caso de nuestro protagonista.

Franz Jägerstätter era un campesino austriaco que, felizmente casado, vive con su esposa e hijas en un valle entre montañas dedicado a cultivar la tierra y cuidar de sus animales, en jornadas de duro trabajo y vida feliz. Las primeras palabras que le escuchamos reflejan su deseo de vivir una vida sencilla: “Soñé que podíamos construir nuestro nido arriba, en los árboles, volar lejos como pájaros, a las montañas”. Es un miembro reconocido en la pequeña comunidad y su vida, en la que su fe ocupa un lugar importante, es imagen de una plenitud soñada. Pero pronto sobrevienen negros nubarrones. Son los años de la segunda gran guerra. Austria ha sido invadida por Alemania, y Franz es citado a unos meses de instrucción y entrenamiento. Más tarde, cuando la guerra se alarga, es obligado a alistarse en el ejército alemán.

Ello le plantea un intenso debate interno que dialoga con el párroco de la aldea: Dios nos ha dado libre albedrío para hacer el bien y resistir frente al mal; en virtud de sus convicciones se niega a colaborar con ninguna forma de injusticia y, por tanto, a participar en la guerra y a prestar juramento de fidelidad a Hitler. Son muchas las resistencias que, por distintos motivos, encuentra a causa de su actitud (el párroco, sus vecinos, las autoridades ocupantes). Es detenido, torturado, sometido a todo tipo de presiones, pero se mantiene firme en su decisión, hasta el extremo de dar la vida. Fue condenado por los nazis, pero queda claro que no le quitan la vida, sino que la entrega por su fidelidad. En todo momento se muestra soberanamente libre ante quienes le juzgan.

Este es, a grandes rasgos, el entramado argumental de Vida oculta. Pero la forma utilizada por Malick para contarlo difiere de cualquier fórmula convencional. Temáticamente, no cae en ninguna forma de moralismo, limitándose a narrar una experiencia que, en sintonía con el protagonista, nunca se erige en imperativo categórico, sino solo testimonio sencillo de una profunda convicción. Y formalmente, utiliza profusamente un objetivo gran angular que aleja las imágenes de toda pretensión naturalista, como si en el modo de narrar estuviera contenida su pretensión de subrayar la excepcionalidad de lo narrado. Es un cine introspectivo y contemplativo que se toma su tiempo para contar la historia de esta pareja (porque su esposa también participa de la aventura vital que emprende su esposo) que se resiste a dejarse vencer por la barbarie, sostenidos por el profundo amor que se profesan y por la fe religiosa que les sostiene, expresada a lo largo de la película en densos monólogos interiores, basados en buena parte en las cartas que Franz y su esposa Fani se intercambiaron durante el tiempo que permaneció en prisión, y en citas bíblicas que salpican también con frecuencia las reflexiones que comparten.

Es posible que algunos subrayen el componente hagiográfico que tiene la película. Y es lógico que así sea. Pero no podemos obviar el alto valor cinematográfico de la propuesta. Merece la pena ver Vida oculta. Su larga duración (casi tres horas, que podrían haberse abreviado un poco) no debe desanimar a quien se interese por el itinerario de este hombre tan singular. Sí es cierto que el ritmo narrativo exige cierta dosis de concentración y predisposición a sintonizar con la experiencia del protagonista y con la forma de narrarla del realizador.

Y concluyo esta algo larga reseña con unas conmovedoras palabras que escribió Franz Jägerstätter en la última carta que envió a su esposa Franziska Schwanniger, en las que expresa la intensidad de su vida de fe: “Doy gracias a nuestro Salvador porque he podido sufrir por él. Confío en su infinita misericordia. Espero que me haya perdonado todo y que no me abandone en mi última hora… Cumplid los mandamientos y, con la gracia de Dios, pronto nos volveremos a ver en el cielo”.

Franz Jägerstätter fue beatificado por el cardenal Saraiva, delegado de Benedicto XVI, en octubre de 2007.

Antonio Venceslá Toro, cmf

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