De necesidades y lujos

Desde hace años, proliferan en nuestras ciudades y sus alrededores los centros comerciales. Son tantos y tan inmensos que compiten como verdaderas y auténticas ciudades. No hace mucho, al pasar por Granada, me mostraron de lejos uno de ellos, recién inaugurado. Y me contaban que muchas familias de la ciudad nazarí se pasaban allá los domingos y festivos, por la variedad de servicios que ofrecía –diversiones incluidas- ya que cubría todas las “necesidades”.

“Necesidades”, ¿necesidades?… Hagamos un alto ante esa palabreja… ¿Qué expresión tan estiradita y difundida hoy? Porque, a ver,… ¿qué es verdaderamente necesario para cada uno de nosotros? En otros tiempos estuvo muy claro. Las necesidades hacían referencia a las condiciones primarias de las sociedades y variaban según las épocas y los contextos culturales y ambientales. Lo necesario era aquello que resultaba indispensable y fundamental para la existencia y la subsistencia. Lo superfluo, por contrapunto, era considerado como lujo, añadido eludible, plus prescindible.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. En el día de hoy, la sociedad de consumo desconoce esa distinción entre “necesario” y “superfluo”. El concepto de “necesidad” se ha dilatado tanto que incluye la opulencia, lo accesorio, lo inútil, la acumulación, el desenfreno. Y ello desata una mentalidad incontinente a la hora de desear y de exigir. Lo comprobamos en el ámbito comercial, pero también en muchos otros espacios de nuestra vida y de nuestra convivencia. Se desea todo y hasta el exceso. La idea de felicidad, en consecuencia, consiste en poder adquirir todo aquellos que brilla y que aparece como deseable y placentero.

Frente a esta tendencia, Jesús en el evangelio aporta su punto de luz y de sensatez: “No andéis preocupados por vuestra vida, pensando qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, discurriendo con qué os vestiréis. ¿No vale la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros, pero vuestro Padre celestial las alimenta ¿No valéis vosotros más que ellas? … Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón en todo su esplendor, se vistió como uno de ellos”. La mayor parte de las cosas que anhelamos o buscamos no son necesarias. Quien las elimine vivirá más tranquilo y sereno.

Juan Carlos Martos, cmf

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