Sabiduría y malicia

Los seres humanos somos inteligentes, pero no del todo. Según Aristóteles: “Hay un rincón de estupidez hasta en el cerebro del hombre más sabio”. Con ello subrayaba que los humanos, aunque estamos dotados para la sabiduría y aspiramos a ella, guardamos en los rincones de nuestro ser espacios de torpeza y alelamiento.

El territorio de la necedad humana se alza sobre dos pilares, enemigos de la razón y de la convivencia: los prejuicios y los fanatismos. Ambos son dos formas de ceguera que contienen semillas de malicia.

  • Los primeros son esos parásitos del pensamiento, anteriores al juicio y muchos inconscientes y automáticos, que todos padecemos (bien es verdad que unos más que otros). Distorsionan nuestra percepción de lo real desde una mentira camuflada. Son escurridizos y difíciles de erradicar, como recuerda el famoso dicho de Einstein: “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Entorpecen nuestra relación con lo real y con los demás, creando distancias y desencuentros infundados.
  • Por su parte, los fanatismos son entusiasmos ciegos que defienden con vehemencia una causa o una creencia falsas. Un fanático es alguien con una construcción personal tan frágil, inmadura o enferma que necesita un andamiaje de certezas rotundas para sostenerse. Las defiende con beligerancia y pasión. Jamás las somete a revisión porque no aprueba que “la inteligencia de un individuo se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar” (Kant).

Esto da pie para una pregunta: ¿Se puede ser sabio siendo una mala persona? Este es un viejo e interesantísimo debate sobre el que se han vertido muchas opiniones. Se ha comprobado que los peores criminales del Tercer Reich, los mandos que dirigieron el Holocausto, fueron hombres de alta capacidad intelectual. Por eso cabe la pregunta: ¿Se pueden compaginar sabiduría y malicia?

Yo me adhiero a los que defienden que no se puede ser sabio siendo un malvado. Se podrá ser culto, incluso brillante; pero esa enfermedad moral que impulsa a arrojarse en brazos del prejuicio o del fanatismo está en las antípodas de la sabiduría. Crea un rincón ciego en el cerebro que puede llevar a cometer errores espantosos. Quien vive con las orejeras de sus prejuicios y fanatismos, difícilmente hará en su vida otra cosa que dar vueltas a sus propios errores. Sin bondad no hay verdadera sabiduría. La acumulación de conocimientos y datos no se confunde con esa elevada facultad que nos permite actuar con sensatez, prudencia y acierto en las circunstancias de la vida. Esa sabiduría es transparencia de Dios.

Juan Carlos Martos, cmf

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