En la pena dorada que te alumbra
sonaron las cadenas como un eco,
clavando un cìrculo lloroso y hueco
en tu cárcel vestida de penumbra.
Transeùnte, la sombrase acostumbra
al doble de un recuerdo rojo y seco,
latente, sin preguntas, como un eco,
latido abierto, azul en la penumbra.
En vendas nacarinas de tu pecho
circulan por el pozo horas diurnas,
luciérnagas elípticas, camino.
Levanta la rodilla del desecho,
envuelta de fracturas taciturnas,
sangrante en la mirada del destino.
Ramón Uzcátegui Méndez, sc