La vida es un combate (Testimonio)

Si por unos instantes fuésemos capaces de ponernos en la piel de tantas hermanas y tantos hermanos que sufren a consecuencia de los  movimientos migratorios…
Si, si quiera, en unos segundos pudiéremos experimentar en nuestra carne la tragedia infame de tantos que llegan a sentirse esclavos tras una decisión -la de migrar- que para otros es un puro trámite…
Entonces, quizá, elevaríamos nuestras voces con más fuerza y movilizaríamos todo lo bueno y  bendito de nuestra humanidad para cambiar las cosas…

José Antonio Benítez, cmf

“Me duele la cabeza. Pienso mucho, a veces no puedo dormir. Tengo pesadillas y me despierto pensando. Pensar y pensar en los caminos…
Te voy a contar mi historia. Lo haré de forma resumida porque hay tantas cosas… Pero es la historia común de mucha gente. Eso sí puedes estar seguro: esta es una historia que se repite y se seguirá repitiendo.
Pasé nueve meses en Libia. Había viajado desde Camerún. Sabíamos que esa ruta es la que más abierta estaba pero también la más peligrosa. Después de varios días en el desierto nos escondieron en casas. En Libia todo está organizado entre los militares y los «pasadores». Las autoridades y las redes de paso son los mismos porque los migrantes forman parte de la mercancía que da dinero allí.
Cogimos el dingui (embarcaciones con las que se atraviesa el Mediterráneo Central, en la ruta Libia a Italia) a punta de kalashnikov (…cuando llegas al borde del mar ya no puedes volver atrás). Pasamos tres días a flote en aquel plástico que casi no resistía el peso porque éramos 140 personas. De ahí nos rescataron los guardacostas libios. No sé cómo calificar la palabra ‘rescate’, porque cuando llegas a la orilla, a la tierra, llegas vivo, pero en la mayoría de las ocasiones… esclavo. Estuve en unos de esos centros que han creado para encerrarnos. Llamaron a mi familia para enviar dinero de la liberación que eran unos 200 euros y como no les pareció suficiente me vendieron como esclavo. Durante cinco meses trabajé en la construcción siendo esclavo, literalmente, y un día, cuando ya no podía trabajar más y no rendía como antes, me soltaron.
He de decir que en la ruta hay muchos robos, violencia… pero también se crea solidaridad, grupos que cooperan juntos.
No quería volver a casa después de que mi familia hubiese que tenido que pagar por mí. Me integré en un grupo de cameruneses, una familia pequeña, de las que se hacen en el camino. Me fui recuperando y llegamos a Argelia donde trabajamos un poco. Ahí pensamos en Marruecos como otro camino posible y también menos peligroso. En los últimos años en Argelia y Marruecos hay migrantes que se han instalado e incluso regularizado su situación. Eso daba un respiro, porque, aunque estés en tránsito, el poder llevar una vida algo normal te ayuda a no destruirte en el proyecto migratorio. Es lo que pasaba en Libia antes de la guerra.
A partir del verano ha sido un cambio muy grande en los dos países. Estaba en Tánger y empezaron las redadas, justo después del final del Ramadán. La gente que llevaba mucho tiempo en Marruecos decía que nunca había visto algo parecido. Llegaban por la noche, con perros y linternas. Iban incluso con la cara tapada, y daba mucho más miedo.
Nos metían en autobuses y nos enviaban al sur del país, esposados. Hasta que muchos nos vimos obligados a vivir en otras ciudades que no estuviesen cerca de la frontera.
Al mismo tiempo Argelia practicaba deportaciones masivas a la Frontera con Níger, en pleno desierto. En una de ellas más de 3.000 personas. Mis amigos que se quedaron viviendo allí, los que trabajaban en la construcción en Argel, también fueron esposados y trasladados a centros y después enviados a sus países. Los caminos migratorios son cada vez más peligrosos, eso nos hace tener que depender más de criminales como en Libia, pero por otro lado es que no podemos no migrar. Hay más víctimas y más heridas… más sufrimiento. Acabamos totalmente machacados. Pero la vida es un combate”.
S. M, camerunés.

 

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