PAZ Y RECONCILIACIÓN EN LA FRONTERA SUR: Conclusiones

En el clima de tensión social reinante, nuestra respuesta como seguidores de Jesús, en esta Frontera Sur, es la paz de Dios como reconciliación universal a través de la cruz. Las oposiciones del viejo mundo (hombre/mujer, esclavo/libre, judío/gentil) no se concilian en la comunidad de fe manteniéndolas en su estado anterior o echando un tupido velo sobre ellas, sino eliminándolas de raíz a través de la creación del hombre nuevo y de la sociedad nueva, donde no haya ya lugar para la discriminación sexista, religiosa, racial o social.

 

Aquí habría que recordar que no sólo ha sido la supuesta superioridad de un credo sobre otro la que ha desatado la violencia. También lo ha hecho la superioridad de una raza sobre otra, de un sistema económico sobre otro y de un sexo sobre otro, que ha sembrado desigualdades, esclavitudes, injusticias, muertes… Esa supuesta superioridad en los terrenos citados sigue siendo hoy uno de los principales escollos para la paz.

 

La causa de la paz comporta hacer propia la causa de los pobres, priorizando la satisfacción de las necesidades vitales comunes a todos los ciudadanos, me refiero concretamente, al derecho a la vida, el más amenazado, a una vida digna -auténticamente humana-, al trabajo, al alimento, al vestido, a la vivienda, a la educación, a la cultura…

 

Es condición indispensable para una praxis pacificadora llegar a identificarnos críticamente con las raíces y los mecanismos que generan estás situaciones de dolor y sufrimiento, y descubrir su carácter casual.

 

Los problemas de la paz, la justicia, la libertad, la liberación, la ecología, pertenecen a la entraña misma de la fe cristiana. La fraternidad cristiana posee, además de su dimensión interpersonal, un carácter crítico-público que le es consustancial y lleva a transformar las estructuras injustas y violentas en justas y reconciliadas. Pero esta transformación no se opera automáticamente. Requiere una contribución práctica. Y es en este terreno donde las realidades eclesiales y congregacionales en colaboración y trabajando en red con todas aquellas realidades civiles y laicas estamos llamados a activar el “Evangelio de la paz y de la justicia”, a través de la denuncia ético-profética, el anuncio de la buena noticia de la bienaventuranza de los constructores de la paz y la justicia, de la solidaridad, de la presencia en  los movimientos que luchan por la paz y la justicia, la no-violencia, la conservación de la naturaleza, y la igualdad entre los sexos y entre las razas.

 

Parafraseando a Desmond Tutu, la paz en las fronteras requiere un cambio de mentalidad. Un cambio de pensamiento que reconozca que el intento de perpetuar el statu quo actual condena a las futuras generaciones a la violencia y a la inseguridad. Un cambio de mentalidad que cese de interpretar la crítica legítima de los activistas de los derechos humanos a las políticas deshumanizadoras como un ataque al “establishment”. Un cambio de mentalidad que empiece en casa y se extienda por todas las comunidades y naciones, llegando a todas las fronteras diseminada por todo el mundo.

 

Las personas unidas en pos de una causa justa son imparables. Dios no interfiere en los asuntos de la gente, esperando que crezcamos y aprendamos resolviendo nuestras dificultades y diferencias por nosotros mismos. Pero Dios no está dormido. Las escrituras nos dicen que Dios tiene preferencia por los débiles, los desposeídos, las viudas, los huérfanos, por el extranjero, por lo que son descartados por el sistema, por los inmigrantes y los refugiados, nuestro Dios es el que libera a los esclavos en el éxodo hacia la Tierra Prometida. Fue el profeta Amos quien dijo que debemos dejar a la justicia fluir como un río. La bondad prevalece al final.

 

José Antonio Benítez Pineda, cmf

(FOTO: Hannah Busing)

 

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