No hay historia muda. Por mucho que la quemen, por mucho que la rompan, por mucho que la mientan, la historia humana se niega a callarse la boca. (Eduardo Galeano)
Creo que en Madres paralelas coexisten dos películas que caminan sin encontrarse la mayor parte del metraje y terminan convergiendo en su tramo final. Una narra la historia de dos mujeres, Janis (Penélope Cruz) y Ana (Milena Smit), las madres del título, que se conocen cuando están a punto de dar a luz, empatizan y por diversos azares se encuentran de nuevo para, previsiblemente, unirse con lazos irrompibles. Este segmento, el más largo de la película, está escrito siguiendo las reglas del melodrama y en él es posible reconocer al Almodóvar más reconocible, aunque en esta ocasión evite ramalazos de comedia, o personajes excéntricos. Parece que el realizador se ha puesto serio, siguiendo la línea marcada por Dolor y gloria, su película anterior. Es evidente la madurez formal y de estilo que ha alcanzado. En Madres paralelas la historia fluye de manera natural, sin grandes alardes formales que se superpongan sobre la narración: apenas alguna elipsis que de manera muy elegante hace avanzar la historia; un flashback presentado casi imperceptiblemente, pocos movimientos de cámara, movimiento dentro del cuadro, e interpretaciones naturales y sentidas de sus protagonistas, particularmente de Penélope Cruz, premiada en el festival de Venecia. Si acaso, podría achacarse al guion un conjunto de situaciones a veces excesivo, alguna de las cuales aporta poco a la historia (es el caso del alcance de la relación lésbica que se establece entre Janis y Ana). En este caso, a pesar del sufrimiento vivido por sus dos protagonistas, Almodóvar las reconcilia consigo mismas y podríamos decir que las conduce a un estado de felicidad o al menos de cierta satisfacción personal.
La otra película, más breve, aporta una novedad en el cine de Almodóvar, que adopta una postura clara, política diríamos, ante un tema de actualidad en nuestro país: la necesidad de encontrar y dar una sepultura digna a tantos asesinados durante la guerra civil. Este segmento se incrusta en el anterior sin desentonar, añadiendo a la historia presente el recuerdo de un pasado necesitado de reconciliación para darle pleno sentido. Janis hace un reportaje fotográfico a un arqueólogo forense, Arturo. Cuando le comenta a éste los intentos por parte de la gente de su pueblo, de desenterrar los restos de los fusilados en la guerra civil, Arturo se ofrece a ayudarla. Esta situación da pie a que inicien una relación que constituye la raíz de la historia que se nos narra durante la mayor parte del metraje. Estos hechos son además ocasión para que aparezca el realizador más didáctico que, a través del personaje de Janis, enseña a las generaciones más jóvenes (representadas en Ana) la necesidad de recuperar el pasado para afrontar definitivamente el presente con más sentido. Y lo hace con mesura, sin alardes o fórmulas que busquen el escándalo. No me parece que haya ideologización en la propuesta; tampoco hay objetividad, porque no creo que en un tema como éste sea posible.
Al hacer referencia a la interpretación de sus protagonistas, hay que destacar también la presencia de Aitana Sánchez-Gijón, como madre sin instinto maternal de Ana, pero al mismo tiempo cercana a la situación de su hija; también hay que subrayar la enésima partitura que Alberto Iglesias ha compuesto para Almodóvar, que enfatiza situaciones sin imponerse a las imágenes, y cuando lo hace (en la última secuencia de la película) transmite la emoción que viven quienes después de tanta ausencia se encuentran por fin con sus antepasados.
Las palabras de Eduardo Galeano con las que Almodóvar pone fin a Madres paralelas (y que he reproducido al comienzo de esta reseña) evidencian de manera muy explícita la voluntad política de su última película, como si el segmento más breve terminara por fagocitar la historia mayor. Si se trata de un error de cálculo, el espectador tendrá que discernirlo.
Antonio Venceslá Toro, cmf
