Podemos preguntarnos si es razonable hacer comedia de cualquier asunto, de algo que es serio y ha provocado sufrimiento y tensión en muchas personas. Esta cuestión se ha planteado, por ejemplo, a propósito del genocidio judío, a costa del cual se han producido algunas comedias, sobresalientes en algún caso. Podemos interrogarnos también si el famoso corralito que en 2001 llevó a millones de argentinos a la ruina puede ser pretexto para la comedia socarrona y bienintencionada. El realizador Sebastian Borensztein, apoyado en la novela “La noche de la Usina” de Eduardo Sacheri responde afirmativamente.
La crisis económica argentina es el contexto y telón de fondo de la historia. No es la primera vez que el cine argentino se acerca a esta realidad. Sus protagonistas: un grupo de “giles”, palabra que designa a personas honradas y buenas. En este caso, sin comerlo ni beberlo, los giles de esta película se ven engañados y sin el dinero que habían reunido para iniciar una cooperativa agrícola. Los antagonistas, que siempre los hay, son un ejecutivo del banco donde han guardado el dinero, y un abogado sin escrúpulos que, usando información privilegiada, se lucra de la situación, llevándose el dinero de muchos giles. Es una historia muy repetida en lugares diversos y contextos diferentes. Hay algunos ejemplos en la historia del cine que abordan una peripecia semejante. Incluso una película, Cómo robar un millón y… con la añorada Audrey Hepburn, actúa como detonante de la idea que pone en marcha el intento de sus protagonistas de solucionar aceptablemente la situación en que se han visto metidos.
La Odisea de los Giles es el complejo entramado ideado por ese grupo de infelices para recuperar su dinero y poner en marcha su proyecto cooperativo. Pasado algún tiempo, se enteran de quién fue el aprovechado de su desgracia y averiguan el modo de devolverle el pago con la misma moneda. A ver si, al menos por una vez, los desheredados reciben una parte de la herencia que les han escatimado.
Es una película que se ve con mucho agrado, porque sus intérpretes, con Ricardo Darín al frente, ofrecen un recital de lo suyo; tiene toques de comedia que ayudan a distanciarse de las penas que, también asoman por alguna esquina, sin que involucren emocionalmente al espectador; es ciertamente algo superficial en el acercamiento al drama señalado, y de vez en cuando se va por las ramas en tramas secundarias que no aportan mucho al conjunto, pero ayuda a pasar un rato entretenido que en estos tiempos no es poco.
Antonio Venceslá Toro, cmf