La ciudad duerme
atardecida de colinas disipadas,
y yo, recorro sus aceras
como bestiario cuaderno
que retorna sobre la tinta
de su beso fatigado.
Entre su asfalto rotulado,
escribo con mis zapatos
una huella marchita,
que derribe las suelas
de los transeúntes caídos
en la herrumbre proyectada de sus sombras.
(¡Esta ciudad mía!,
de Quijotes y Sanchos remarcados
ha renunciado a la esfera
de un molino ruinoso
en la rayuela frente que me desnuda.)
¿La ha herido una mariposa?
¿Tal vez las maniobras de sus alas?…
En ella hay historias
donde lloran los hijos de la calle,
sus repetidos golpes
de pobreza.
La ciudad va muriendo;
zanjando arrugas en sus habitantes
derrotados en un régimen
que clausura las horas
por donde la vida pasa muerta
a la espera de un nuevo sol,
dulcemente fatigado.
Ramón Uzcátegui Méndez, sc
(FOTO: Narciso Arellano)